En busca del tiempo perdido Marcel Proust

Hay quienes todavía defienden las palabras de Descartes el “Primero pienso y luego existo” y están en lo correcto cuando el reflexionar se convierte en rigurosas decisiones que afectarán al futuro, pero para la psicología se emplea el “primero existo y luego pienso”, ya el psicoanálisis por Sigmund Freud no los hace notar; que por medio de los recuerdos; traer todo lo inconsciente a lo consciente, para corregir un problema de neurosis . En esta novela de Proust sobrepasa la imaginación de la psicología en incorporar los recuerdos a lugares que no pensaríamos, a lugares increíbles, tazas de café, cajones, sabores, aromas, a veces una brisa de mar, el sonido de un rió, los callejones etc. En busca del tiempo perdido es una de las novelas de Marcel Proust que nos aventura a ese viaje de recuerdos, como se mostrara a continuación, de una de sus líneas, de este libro “Del lado de Swann” completada con seis tomos más:


Y de pronto aparecido el recuerdo. Ese sabor era el del trocito de magdalena que el domingo por la mañana en Combray, cuando mi tía me ofrecía después de haberlo mojado en su infusión de té, la vista de la magdalena no me había recordado nada, hasta que la probé; tal vez porque habiéndola visto después con frecuencia en las mesas de las confiterías, sin comerla, su imagen había abandonado aquellos días de Combray para ligarse a otros más recientes.
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Cuando no subsiste nada de un pasado antiguo: después de la muerte de los seres, después de la destrucción de las cosas, solos, más débiles pero más vivaces, el olor y el sabor siguen durante mucho tiempo, como espíritus, recordando, esperando, sobre la ruina de todo el resto, soportando sin doblegarse, sobre su gotita casi impalpable, el inmenso edificio del recuerdo.
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En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.
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